Esto no es una escuela, ¿o sí?

En estos días de coronavirus, los memes han sido una buena ayuda para bajar la ansiedad y el dramatismo de las noticias. Varios de ellos estuvieron dedicados a “la escuela en casa”, comentando con ironía los vínculos de las familias y las escuelas en las nuevas condiciones. Pero el que cita el cuadro de MagritteCeci n’est pas une pipe” es probablemente el que mejor condense los signos de estos tiempos: la computadora no es una escuela.

Ahí donde el cuadro de Magritte juega con la similitud entre la imagen de la pipa y el texto verbal para después negarlo (la palabra “pipa” no es la pipa, la imagen de la pipa no es la pipa), este meme abre la tensión entre la imagen y la palabra que representan la escuela.

Es tentador decir: no, la computadora no es la escuela, porque la imagen esperable es la de un edificio escolar, o porque la computadora es muchas otras cosas más allá de su uso escolar. Pero la objeción no es del todo consistente: sabemos que hubo escuela mucho antes de que se construyeran edificios especialmente diseñados para serlo, y también que, así como las computadoras tienen múltiples usos, los edificios escolares se prestan a muchas otras funciones que la de alojar una escuela (en estos días, por ejemplo, algunos se convirtieron en hospitales). Si, como apunta Magritte, la imagen no es lo mismo que la cosa, ¿por qué entonces la computadora no es una escuela? O, dicho de otro modo, ¿en qué condiciones la computadora podría ser una escuela?

¿por qué entonces la computadora no es una escuela? O, dicho de otro modo, ¿en qué condiciones la computadora podría ser una escuela?

Las respuestas, claro, dependen de qué se considere que es una escuela. Apunto algunas ideas: la escuela es un espacio-tiempo definido, ya sea en un edificio, abajo del árbol o a la orilla del mar, que se propone un encuentro o conversación intergeneracional en torno al conocimiento.

La escuela es un espacio-tiempo definido, ya sea en un edificio, abajo del árbol o a la orilla del mar, que se propone un encuentro o conversación intergeneracional en torno al conocimiento.

Esa conversación en general toma la forma del estudio o de la atención sobre el mundo, y tiene que hacerlo con cuidado, con una amorosidad que enseñe a mirar al mundo y a interesarse en el mundo. Hace pocos años Michèle Petit dio una conferencia en la Biblioteca Vasconcelos de México y dijo que la biblioteca es a internet como el jardín a la selva: la biblioteca debería ser un lugar que cuide, tanto como el jardín, la calidad de la presencia del mundo. Eso vale también para la escuela, que tiene que cuidar la calidad con la que se hace presente el mundo en ese diálogo entre las generaciones. Porque ese es otro rasgo importante: en la escuela importa distribuir la experiencia que ayude a atenuar la fragilidad humana -una idea que tomo de David Hamilton y Benjamin Zufiaurre-. Sin la escuela, sin la distribución de cierta experiencia codificada, cada generación se vería obligada a empezar cada vez desde cero.

En la escuela importa distribuir la experiencia que ayude a atenuar la fragilidad humana.

¿Puede la computadora convertirse en una escuela? En las situaciones de confinamiento obligado por la pandemia del coronavirus, casi todas las escuelas se trasladaron a las pantallas. En muchos casos, lograron armar citas para conversaciones sobre distintos saberes y pudieron mantener, con sus bemoles, la continuidad de esa transmisión de la experiencia entre distintas generaciones. Pero lo que resultó muy difícil fue recortarse como espacio específico, como un tiempo otro, distinto al de las redes sociales o al de los espacios domésticos. En esa indistinción, fue clara la ruptura del espacio igualitario que supone la escuela: para los sectores más privilegiados, las plataformas fueron modos de someter la acción de las escuelas a miradas más incisivas, en una especie de panóptico digital exacerbado; para los menos privilegiados, en cambio, supuso una desconexión casi total, con intercambios esporádicos en las redes y con márgenes exiguos para distanciarse de los requerimientos domésticos. Lo que en ambos casos se puso en riesgo fue la posibilidad que otorga la escuela de lograr una autonomía intelectual y afectiva, tanto de los niños respecto a sus familias como de las familias respecto a sus niños. También mermó la posibilidad de un trabajo en el aula más íntimo, cuidado, amoroso, que permita ensayos y errores, que cree condiciones de confianza y que habilite la palabra para todos.

Se puso en riesgo fue la posibilidad que otorga la escuela de lograr una autonomía intelectual y afectiva, tanto de los niños respecto a sus familias como de las familias respecto a sus niños.

Vuelvo al meme inicial. Quizás en el futuro, si mejora sus funcionalidades y sus envites, la computadora -o sus sucedáneos- pueda ser una escuela. Pero lo será si logra condesar algunos de los sentidos de la escuela: autonomía, alteridad, conversación intergeneracional, estudio como atención al mundo, calidad y cuidado de la presencia del mundo. Es cierto que, tanto como la imagen de la pipa, el edificio escolar no es la escuela. Pero, en sus mejores versiones, es lo más parecido a una escuela que tenemos por el momento.

Inés Dussel

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