La urgencia en el cambio en la escuela que viene

El modelo educativo que cuestionamos, incluso antes de la pandemia, fue en realidad muy exitoso ya que supo dar respuesta a las necesidades de su tiempo. La sociedad del siglo XX concibió el desarrollo individual dentro de los márgenes de un proyecto hegemónico y creó una educación homogénea. En retrospectiva, aunque habilitó grandes avances sociales y tuvo una vocación democratizadora, también premió el triunfo personal por encima del interés colectivo y naturalizó las inequidades.

En 2020, muchos aspectos del modelo anterior mantienen su vigencia. La expulsión de estudiantes (y de docentes) preocupa más que nunca. Por otro lado, el proyecto vital asociado a la familia tradicional y a roles de género, identidades y condiciones integradas y excluidas, está dejando de ser hegemónico. Conseguir un título no representa, necesariamente, el acceso a un mercado laboral cada vez más volcado a la automatización. El éxito sigue siendo un motor importante, pero su significado y los caminos para alcanzarlo son mucho más fluidos e inciertos. La explosión de reivindicaciones de colectivos específicos y la proliferación de proyectos personales alternativos está siendo atravesada por una preocupación común, en especial de las y los más jóvenes: el compromiso ético con la recuperación de un planeta que comparten con adultos que no lo supimos cuidar.

En un contexto de relatos y proyectos heterogéneos, la educación debate su transformación hacia un modelo de mayor calidad e inclusión; menos concentrada en mostrar a las y los estudiantes lo que deberían ser, y más dedicada a brindar los apoyos que les permitan descubrir quiénes son y cómo quieren ser.

Coincidiendo con este proceso, a muchos de nosotros nos toca afrontar el desafío colectivo más grande de nuestras vidas: la pandemia COVID-19. La máxima expresión de la tragedia son las vidas perdidas, pero hay otras derivaciones que recién empezamos a conocer. Si lo pensamos en clave educativa, los más afectados son los más vulnerables. El trabajo docente permite sostener el vínculo pedagógico y la tecnología está siendo una aliada importante. Sin embargo, también demostró sus debilidades para alcanzar a quienes no acceden a dispositivos y conectividad. Atravesada por condicionantes sociales y económicos (no exclusivamente) la debilidad de la alianza entre la escuela y las familias está agravando brechas preexistentes. Más allá de los aprendizajes que no se construyan, el riesgo de desvinculación se incrementará y las consecuencias individuales y sociales serán profundas.

Afortunadamente, también existen otros escenarios posibles:

  • Garantizar la continuidad educativa con edificios cerrados demostró que hay otras formas de hacer las cosas. Los formatos escolares y muchas de sus prácticas actúan como trincheras de resistencia frente a la innovación. La pandemia desafió nuestra creatividad, nos apartó de nuestra zona de (dis)confort y nos volvió más permeables al cambio desde la acción y no solo en la teoría.
  • La responsabilidad individual para vencer a la pandemia es fundamental, pero la salida es colectiva. Del mismo modo, el compromiso profesional es crucial, pero la transformación educativa la construirán colectivos docentes trabajando en pos de un propósito compartido, e investigando juntos sobre el efecto de la enseñanza en los aprendizajes de sus estudiantes.
  • La idea de una “nueva normalidad” o “nueva realidad” tiene un sentido fundacional que también afectará al sistema educativo. Responder a esta transformación con un formato semipresencial resultará insuficiente en el mediano y largo plazo. Repensar los entornos de aprendizaje acelerará cambios que ya se estaban procesando en las prácticas, la evaluación, las alianzas de aprendizaje y la integración de tecnología, idealmente dirigidos a promover aprendizajes auténticos.
  • Las habilidades lingüísticas y lógico-matemáticas seguirán siendo fundamentales porque son habilitantes para el acceso a otros saberes y para el desarrollo de competencias, en especial, las vinculadas a la capacidad de tomar decisiones personales y colectivas que permitan autorregular trayectos de aprendizaje al egreso de la educación formal.

La COVID-19 extremó el sentido de urgencia que todo proceso de cambio requiere para avanzar. Más allá del problema coyuntural, es prioritario que aprovechemos esta oportunidad histórica para generar condiciones que garanticen que todas y todos consigan aprender. Es momento de pasar del dicho al hecho para impulsar un cambio sistémico, positivo y duradero que promueva la equidad, la excelencia y el bienestar de niñas, niños y adolescentes.

Alejandro Pereyras

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4 comentarios en “La urgencia en el cambio en la escuela que viene”

  1. es un reto para la educación preescolar y primaria baja, donde se genera las bases del desarrollo cognitivo y la socialización. estamos listos para romper paradigmas.

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