Por la escuela de los estudiantes

«Las huellas de las personas que caminaron juntas nunca se borran»

Proverbio mandinga.

Atardece sobre Mogadiscio. Aquel pedregal salpicado de cristales fue un día un teatro, el único escenario de todo un país. 

Hoy se estrena pieza; una obra diferente, sobria y grandiosa. Mientras grupos de jóvenes armados tiran piedras contra vigas oxidadas, una niña se alza sola y valiente ante un público imaginado. Vocaliza pero no articula palabra. Ella dirige la obra, es escritora y actriz, interpreta y produce. Entre ruinas y risas baila y corea. Dialoga y se ruboriza cuando agradece los aplausos. Narra la leyenda del teatro sin teatro. Es teatro sin edificios, sin focos, sin público, sin obra, sin entradas, sin guión… Nunca hubo más teatro desde que ella se hiciera teatro.

En 1967 se inauguró el Teatro Nacional de Somalia en su capital. Entre pompas y fanfarrias, el acto fue un hito sin precedentes para la historia cultural de un país que ha organizado su pasado y su presente en bandas. Por bandas se conoce a los primeros caminantes que emigraron desde el cuerno de África hace setenta mil años. Bandas son también hoy las agrupaciones de teatros que alimentan la cultura somalí. En una cultura donde no existe tradición sin música, ¿quién representa mejor que una banda?

De 1967 a 1991 el Teatro Nacional de Somalia lució entre esplendores. Tantos y de tal calibre, que sus puertas permanecieron cerradas para la gran mayoría de somalíes. Marcado por una política elitista, el teatro se usó al servicio de los más privilegiados. En 1991, con el estallido de la terrible guerra civil que destruyó todo el país, el teatro fue uno de los primeros edificios en caer.

En las visitas a las ruinas los vecinos visitaron por primera vez su teatro. «Destruiste el techo, así que no mires hacia arriba”¹. Un teatro que se hizo suyo en la paradoja de hundirse para abrir sus puertas. Y así es como cada atardecer, en la tregua previa a la oscuridad de las armas, niños y niñas jugaban a interpretar entre las ruinas. Jugaban y se encarnaron. En las ruinas, sin edificio, sin pompa ni fanfarria, nació el teatro. Porque qué es el teatro ¿Cuál es su esencia? ¿El edificio o el público? ¿El escenario o el artista?

El teatro es, según Max Aub, “un extraño monstruo de tres cabezas que habita una cueva de la que asoma una o dos veces al día. Prefiere la noche, amigo de la luz artificial desde que la hubo. Tres cabezas: la obra, el actor y el público. De sus relaciones depende el éxito, no siempre casado con la calidad”². Hay tres cabezas, pero si elegimos la esencial, la definitiva. ¿Qué es el teatro? El teatro es interpretación, actuación, actrices, actores. El teatro es una niña interpretando sola en las ruinas de Mogadiscio.

Me encanta la historia del Teatro Nacional de Somalia porque la conozco de primera mano, pero no es la única donde las ruinas reencarnan identidades. Latinoamérica no se queda atrás. De Villa Epecuén en Argentina, a Balleneros en la chilena Antártica, el continente habita cementerios de trenes abandonados, Macondos desconocidos y metrópolis de antiguas civilizaciones. En la decadencia de la ruina descubrimos el resplandor de la identidad, es ahí donde empiezan las buenas historias. “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo”³.

Los espacios nos envuelven y nos ayudan a escenificar los rituales que los confieren de significado. Las personas hemos aprendido a organizar estos rituales dentro de las coordenadas culturales y espaciales que les corresponden. Hay muchos espacios, pero aquellos que se quieren y se organizan; los imprescindibles, los que dirigen los códigos de toda una sociedad, tienden a alzarse en edificios para reconocerse como instituciones

Los espacios nos envuelven y nos ayudan a escenificar los rituales que los confieren de significado.

Decimos aquello de “¡Es toda una institución!” cuando queremos subrayar el valor de una persona a la que admiramos, aquella cuyo legado guiará nuestro futuro. Pero lo cierto es que las instituciones,son mucho más grandes que los edificios que las representan. 

Son instituciones los teatros y las bibliotecas, los hospitales y los museos, los juzgados y los ayuntamientos. En un mundo confinado hemos cerrado los edificios, pero las esencias han revivido sobre sus ruinas. El teatro no se contiene entre bambalinas, se define en la interpretación. Y como los teatros que se alzan en las aceras o en Broadway; ni bibliotecas, ni hospitales, ni museos se contienen en sus edificios. Las escuelas tampoco. 

En un mundo confinado hemos cerrado los edificios, pero las esencias han revivido sobre sus ruinas.

De entre todas las instituciones, la escuela es la primera institución que acompaña al ser humano. El ayuntamiento nos empadrona y el hospital nos recibe, nos pesa, nos mide y nos cura. Pero la ciudadanía y nuestra proyección humana empieza en la escuela. Hasta la juventud tardía, en buena parte de nuestra vida, la escuela es la institución donde más tiempo invertimos. Es el espacio por excelencia de nuestro crecimiento y desarrollo, de nuestro aprendizaje y de nuestra educación. 

la escuela es la primera institución que acompaña al ser humano.

¿Qué hubiera escrito Max Aub? Pues que la escuela es: “un extraño monstruo de tres cabezas que habita una cueva de la que asoma al amanecer. Prefiere la mañana, amiga de la luz natural desde bien temprano. Tres cabezas: currículo, estudiantes y docentes. De sus relaciones depende el éxito, no siempre casado con la calidad”.

Es el espacio por excelencia de nuestro crecimiento y desarrollo, de nuestro aprendizaje y de nuestra educación. 

¿Qué es la escuela? ¿Dónde descansa su esencia: en el edificio o en el currículo?, ¿en docentes o en estudiantes? Si la naturaleza del teatro es la interpretación y la de los hospitales la salud ¿Cuál es la esencia de la escuela? ¿Qué la define como institución?

Daniel Pennac escribe en su precioso Mal de Escuela que: “Enseñar es eso: volver a empezar hasta nuestra necesaria desaparición como profesor”. Enseñar, enseñar y enseñar hasta desaparecer, porque al final, la naturaleza de la escuela reside más en la educación que en la transmisión, más en el aprendizaje que en la enseñanza, más en alumnos que en profesores.

Enseñar, en definitiva, tiene mucho de aprender porque: “Al enseñar y al evaluarnos  nos manifestamos  a  nosotros  mismos  y,  por  eso,  expresamos  lo  que somos. La enseñanza y la evaluación de los otros son al mismo tiempo enseñanza y evaluación de nosotros mismos”4. El buen docente regala autonomía al tiempo que ejerce la humildad constante. La enseñanza para tener éxito, se mide por el aprendizaje. Por sí sola nada de muestra. Volver a empezar hasta nuestra necesaria desaparición como profesor.

“La escuela somos nosotros” declaró la joven Malena Martínez en nuestro ciclo sobre la evaluación de los aprendizajes. La escuela que viene no es solo una escuela para los estudiantes, sino una escuela de los estudiantes.

La pandemia ha cerrado los edificios, pero el significado de las instituciones se ha reencarnado en las personas. Mientras los sanitarios han salvado vidas en carpas al aire libre, los docentes y los alumnos han seguido enseñando y aprendiendo desde casa. El confinamiento se prolonga en buena parte del mundo y los que acabamos de salir, lo hacemos con la sensación de que solo nos estamos tomando un respiro hasta la próxima. Encerrados o preparando el encierro, la escuela se ha hecho grande en los alumnos.

La pandemia ha cerrado los edificios, pero el significado de las instituciones se ha reencarnado en las personas.

La distancia de las relaciones físicas ha interrumpido la escuela de los afectos y los contactos pero también nos ha obligado a apostarlo todo en una carta: la confianza. Como en Mi planta de Naranja-lima de José Vasconcelos, ahora que descubrimos la ternura, podemos ponerla en todo lo que nos gusta.  La escuela, el edificio de la educación, mide su éxito en el aprendizaje y en el desarrollo de sus alumnos. No cabe una escuela de los estudiantes, sin los estudiantes. O confiamos en ellos y reconocemos su derecho en las decisiones reales y cruciales de la institución, o perderemos el sentido de la escuela.

La distancia de las relaciones físicas ha interrumpido la escuela de los afectos y los contactos pero también nos ha obligado a apostarlo todo en una carta: la confianza.

La escuela de los estudiantes es inclusiva por naturaleza, conoce y respeta las necesidades de aprendizaje de cada uno de ellos.

Una escuela de los estudiantes es la que dialoga sobre los momentos y las herramientas de evaluación, es la que entiende que los criterios se comparten pero que los tiempos y los ritmos se adaptan y se respetan.

La escuela de los estudiantes es la que diseña un proyecto compartido con ellos, con su palabra y su opinión en una visión, en un sueño y en un plan con objetivos alcanzables. 

La escuela de los estudiantes es democrática y participativa, no solo en la elección de los representantes escolares, sino en la gestión de partidas económicas o en las decisiones organizativas sobre espacios comunes y tiempos.

Una escuela de los estudiantes es la que hace del recreo, del patio, de los pasillos y de sus instalaciones, la casa de todos; porque todos tienen cabida para habitarlos.

La escuela de los estudiantes encuentra el modo de convertirlos en los dueños de su propio aprendizaje, en los actores y actrices principales de su propia vida.

El próximo jueves 24 de septiembre volvemos con un nuevo ciclo de reflexión para la acción, un ciclo en el que nos preguntamos cómo recuperar la esencia de una escuela que sea, no solo para, sino de los estudiantes. Abrimos el ciclo con el encuentro virtual a las 17:00 horas en la España peninsular y tendremos invitados de cinco países diferentes, estudiantes jóvenes y estudiantes entrados en años, para dialogar por la participación, la comunicación y la organización de los estudiantes en la escuela. 

Hablaremos de todo esto y de todo lo que podamos compartir con vosotros porque como aún nos quedan unos cuantos días, me apetece preguntaros: ¿cómo construir una escuela de los estudiantes? ¿Con qué prácticas educativas? ¿en qué tiempos y en qué lugares? Estaremos atentos a vuestros comentarios para seguir creciendo juntos en el diálogo, así que no dejéis de escribirnos con el hashtag #laescuelaqueviene.

https://es.wikipedia.org/wiki/Teatro_Nacional_de_Somalia.
Aub, M.  (1967) Pruebas. Madrid: Editorial Ciencia Nueva.

3 Ruflo, J. ( 2017) Pedro Páramo. Madrid: Letras Hispánicas.
4 Marchesi, A.  (2004) Qué será de nosotros, los malos alumnos. Madrid: Alianza Editorial

Alfredo Hernando

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3 comentarios en “Por la escuela de los estudiantes”

  1. Si la escuela que vive es semejante a lo cotidiano pero en cada experiencia de cada ser de cada persona y su mundo donde crece a espacio a su tiempo y costumbre …es una realidad de historia exitosas en que aprendemos más de cada persona brillante y genial del mundo que nos rodea a resiliencia a la empatía con los otros.

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  2. Verdaderamente un encuentro inolvidable, no solo por la enseñanzas sino, sobre todo, por los aprendizajes adquiridos. Definitivamente nunca acabaremos de aprender. Debemos seguir siendo un barril sin fondo. Gracias por siempre.

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