Una construcción compartida

Los comensales eligen el menú de su preferencia

La aún vigente escuela del pasado fue la que impuso la educación como obligación, y en ese contexto diseñó a través del currículo los aprendizajes necesarios, para asegurar más la transmisión sistemática que la transformación progresiva de la cultura.  Con este fin se preparó y ordenó a los docentes para que, a través de sus enseñanzas, provocarán en los alumnos, los aprendizajes necesarios. 

Esa misma tradición sostuvo que los docentes estaban en condiciones de enseñar todo lo que los alumnos necesitaban aprender, y la correlación enseñanza – aprendizaje debía funcionar de manera sincrónica y necesaria: una buena enseñanza debía lograr el aprendizaje de todo,  y todos estaban en condiciones de aprender, aunque el proceso se cerrará posteriormente, con el esfuerzo personal de cada sujeto.

Desde fines del siglo XX, esa obligación ha cedido su lugar al derecho, y eso lo transforma todo: si la educación es un derecho, los legítimos usuarios de ese derecho no tienen por qué aceptar dócilmente lo que se les impone a través de un diseño curricular, sino que el ejercicio del derecho implica sumarse para definir qué es lo que se debe aprender en la escuela, la educación formal que los incorpora a una cultura proteica que habla y enseña a través de múltiples canales.

Como si se tratara de un amplio menú, y usando una analogía, podemos decir que mientras la educación era sólo obligatoria, exigía a todos a alimentarse con el plato ya preparado y con la carta organizada por el sistema, sin posibilidades de preferencias o rechazos.  Pero el derecho permite elegir y ordenar el menú, sin descartar las sugerencias del chef, los mozos o camareros y otros especialistas.

En nuestras escuelas, los alumnos sólo aprenden lo que realmente quieren aprender, aunque en muchos casos aprueben y acrediten todo lo que se les presenta y exige. Sólo disfrutan, saborean, degustan los platos que eligen y les agrada, pero terminan consumiendo todo el menú establecido, cultivando la cultura del simulacro. O bien, optan por abandonar o escapar del sistema.  No todo lo que se enseña en las escuelas es relevante. Hay, además, muchos otros aprendizajes necesarios, que no son incorporados por el diseño, ni pueden ser enseñados por los docentes. 

La escuela que viene no puede encerrarse en ningún currículum, con materiales preparados y procesados por los docentes para depositarlos, con la metodología más innovadora, en los alumnos. El docente que viene – con otra formación, por cierto – es alguien sensible a los intereses y demandas de sus alumnos, y a partir de allí, con capacidad para enseñar, procesar, acompañar el acceso a los aprendizajes, construyendo con cada grupo una comunidad de aprendizaje.  

Asociado con lo que hay que aprender, el docente se transforma en alguien que recupera el significado original del “enseñar”: alguien que indica, muestra, señala,  exhibe,  guía por los caminos que se pueden transitar, por los aprendizajes elegidos y por los sugeridos.  No es la enseñanza prescriptiva que transmite y comunica el saber oficializado y sacralizado en el currículo vigente.  Consultando el mapa de los conocimientos, el docente y los sujetos que aprenden se encuentran para elegir caminos y recorridos. Y el educador es el GPS o el DRON que se permite intervenir en las bifurcaciones, las sendas perdidas o los laberintos.

La función del docente se potencia, porque se convierte en un estratégico decodificador de intereses, y de significados, que ponen en acción sus alumnos, cuando se interesan por algo, cuando eligen lo que consideran significativo. Allí el derecho de los estudiantes demanda la enseñanza de los docentes que procesan el reclamo como una posibilidad para abrir las ventanas de muchos otros conocimientos. Seguramente el limitado aprender del alumno, basado solamente en sus intereses, se completa con el “enseñar como señalar” del docente que abre el ángulo y el plano para saltar al vasto universo del saber y la cultura.

Este currículo reconstruido con otra lógica pretende que todos aprendan a aprender, que ingresen en el mundo de los temas y dilemas para poder abrir miles de puertas y ventanas que se van sucediendo cuando aparecen los problemas, el interés y la curiosidad. Un currículo es una construcción compartida de quien enseña y de quien aprende, aunque con funciones diversas. Un currículo lleno de vida, que ensambla, articula, se pone en acto y se resuelve a través de situaciones problemáticas, y de allí salta a cada una de las disciplinas posibles, en un proceso en donde tanto el docente como los alumnos están aprendiendo juntos, están aprendiendo siempre.

Enseñar no existe sin aprender, y fue aprendiendo socialmente como mujeres y hombres descubrieron que era posible enseñar. Es que el proceso de aprender es un proceso que puede encender en el aprendiz una curiosidad creciente, y tornarlo más y más creador. PAULO FREIRE

Jorge Eduardo Noro

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1 comentario en “Una construcción compartida”

  1. Hola Jorge, me encantó este artículo, y como voy en la misma línea, por si te apetece, te envío enlace al blog que publico: https://averkpasa.com

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