La escuela que estamos construyendo: juego, comunicación y familia

2020 ha sido el año que ha marcado una revolución educativa no planeada, ya que, debido a las situaciones derivadas de la COVID-19, reunió a las familias: adultos, jóvenes, niñas y niños en los hogares, obligándoles a resignificar su contexto familiar como un nuevo espacio de aprendizaje, haciéndoles recordar aquellos años de escuela que para muchos habían quedado en la memoria tiempo atrás.  

En esta nueva normalidad, las familias han transformado su papel, y han pasado de estar informadas sobre la educación de sus niñas y niños, a ser parte esencial para el logro de los aprendizajes, al tiempo que tenían que atender otras situaciones de la vida cotidiana como problemas económicos, trabajo en casa, o posibles pérdidas de familiares, entre otras.

Este panorama general permite observar y resaltar problemáticas consolidadas que ante una situación de emergencia, como lo es la pandemia, se agudizaron y terminaron por detonar cambios inmediatos en la dinámica familiar.

Gracias a las medidas sanitarias implementadas que derivaron en el cierre de escuelas, el confinamiento y el incremento en las medidas de autocuidado, se lograron identificar diferentes situaciones: reconocer que los docentes realizan un trabajo loable y exhaustivo en la educación de las niñas y los niños, que la escuela no es solo un lugar en el que se enseña a sumar, restar, leer y escribir, también es un espacio en el que se detonan procesos determinantes para el desarrollo integral de los estudiantes, es un espacio de convivencia e intercambio de experiencias y saberes. Que en la escuela la interacción, el movimiento y el juego son clave para comunicar intereses, necesidades y emociones; y lo mejor de todo, que ese espacio de aprendizaje también puede y debe estar en casa.

El traslado y nueva creación conceptual del término aula significó para todas y todos integrarse en la construcción del mismo e involucrarse en las actividades de acompañamiento que las nuevas aulas requieren. 

Durante el proceso de reconstrucción educativa diversos organismos e instituciones como Valora, CEPAL, UNICEF y Unesco se dieron a la tarea de indagar acerca de las condiciones y sentires de las comunidades escolares. A través de sus encuestas y análisis, mostraron que las ciudadanas y los ciudadanos del mundo jugamos un papel importante en la reconfiguración, en términos de participación, de aquellas figuras que conforman la comunidad educativa, fortaleciendo la involucración activa de familias y tutores para formar un equipo con docentes, reforzar la comunicación bilateral y brindar congruencia y continuidad a los procesos formativos.

Desde Educación para Compartir hemos comprobado una vez más que el juego tiene el potencial de reunir a las comunidades en actividades y retos comunes que los invitan a trabajar entre pares, a comunicarse desde una perspectiva diferente, a reflexionar sobre situaciones de su interés que responden a las necesidades de su contexto para participar colaborativamente.

El juego se encuentra dentro del currículo como un componente deseable para facilitar el aprendizaje; sin embargo, no siempre es una realidad en las aulas, y difícilmente se brindan las oportunidades desde el contexto familiar. Esto no quiere decir que las niñas y los niños no jueguen, sino que lo hacen sin un sentido educativo explícito planeado, ya sea por los docentes o por su familia. 

Por mucho tiempo el juego ha sido poco valorado como una herramienta de aprendizaje y se ha concebido como una recompensa que se da después del trabajo académico. En una situación de contacto limitado como en la que nos ha colocado la COVID-19, las estrategias lúdicas cobran mayor sentido y utilidad para estrechar la comunicación con las niñas y los niños, para abrir espacios de expresión donde compartan sus emociones y adquieran confianza para convivir. 

En la encuesta realizada por Valora en 2020 a madres y padres de familia, estos manifestaron no haber identificado avances en el aprendizaje de sus hijos, lo cual nos lleva a preguntarnos: ¿nuestras niñas y niños dejaron de aprender?

Es importante tener presente que nunca dejamos de aprender y aún en el confinamiento hay aprendizajes por rescatar que probablemente no se han sabido visibilizar y que requieren de un acompañamiento por parte de docentes, y familias, como cuidadores primarios, para reconocer y nombrar.

Fotografía de Jessica Rodríguez e Iker, Líder de proyecto de Educación para Compartir y su hijo. Chihuahua, 2020.

Creemos firmemente que el juego es el medio de aprendizaje idóneo para favorecer la conformación de comunidades escolares con características como la flexibilidad, la democracia, la participación activa, la práctica de valores y el desarrollo de competencias como la comunicación asertiva, la creatividad, la colaboración, la inclusión y la resiliencia, esenciales para hacer frente a esta y otras situaciones de emergencia que se presenten.

En conclusión, podemos decir que se requiere reflexionar sobre el propósito de la educación que queremos ofrecer, que el juego nos ayuda a adquirir herramientas de forma orgánica para conectarnos y tomar decisiones individuales y colectivas; y saber que los aprendizajes académicos pueden recuperarse, pero la salud emocional costará mucho más trabajo.

Dina Buchbinder Auron

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