¿Qué hay que aprender y, sobre todo, para qué hay que aprenderlo?

Se dice que la crisis generada por la COVID-19 debe convertirse en una oportunidad para repensar y reconstruir nuestra sociedad, incluida la transformación de educación. Esta pandemia ha desnudado muchas carencias estructurales de nuestro sistema educativo, que ya estaban ahí, pero que parece que solo ahora son visibles, como la profunda desigualdad educativa, la pobre formación docente en el uso de recursos digitales o la ausencia de una cultura digital en las escuelas. 

En general, nos ha revelado que tenemos una escuela para una sociedad que ya no existe (Pozo,2020), que tenemos currículos obsoletos, dedicados a enseñar lo que posiblemente nadie necesita ya y que en cambio relega en buena medida lo esencial. Del mismo modo que con la pandemia hemos descubierto a esos trabajadores esenciales, a los que tenemos en general olvidados y en precario, también hemos descubierto que existen aprendizajes esenciales, igualmente descuidados, aunque siempre hayan estado ahí (Coll y Martin, 2006). 

Debemos repensar por tanto qué debemos enseñar y qué deben aprender los estudiantes y futuros ciudadanos. Y para ello quizás debamos empezar por lo que no es esencial aprender en la sociedad digital del s. XXI. No es esencial dedicar las preciadas horas de enseñanza, sea presencial o virtual, a transmitir información que puede ser encontrada fácilmente en Google o en la Wikipedia. Sabemos que durante la pandemia muchos profesores han tenido que hacer malabares digitales para lograr que los contenidos llegasen a sus estudiantes y que luego también han tenido que idear ingeniosos métodos para evaluar su aprendizaje, evitando, en esos entornos virtuales, que sus alumnos “copiaran”. En la sociedad de la información, Wikipedia o Socratic contienen más información de la que cualquier profesor puede proporcionar. No se trata de transmitirles lo que deben aprender, lo esencial es ayudarles a convertir la información en verdadero conocimiento, a ser capaces de buscar, seleccionar, analizar, criticar y comunicar información y conocimiento en entornos abiertos, flexibles y complejos (Pozo, 2016). No evaluemos lo que saben, los conocimientos acumulados, sino su capacidad para usarlos a campo abierto, en contextos similares a los que van a encontrar en la sociedad digital. 

Durante la pandemia se mantuvo la obsesión por la transmisión de saberes, por los contenidos. Un ejemplo fue la televisión educativa del Ministerio de Educación y Formación Profesional en España (“Aprendemos en casa”), pensada para aquellos estudiantes desfavorecidos que no tenían recursos para acceder a la enseñanza virtual. Esta propuesta supuso no solo una vuelta a las tecnologías analógicas del siglo pasado, sino también, en muchos casos, una vuelta a los más rancios contenidos y a formas de enseñar propias de otros tiempos, con largos monólogos explicando contenidos de dudosa relevancia para unos estudiantes que estaban encerrados en sus casas, sufriendo una situación extraña, incomprensible, en la que sin duda necesitaban ayuda no solo para comprenderla, sino también para aprender a controlar sus emociones, para ponerse en la piel de tantas personas que estaban sufriendo, etc.  

En mi opinión, esos eran los aprendizajes esenciales en ese momento y no la trigonometría o el estudio de los perímetros o las áreas, con todo el respeto para esos contenidos. Lo que necesitaban los estudiantes en ese momento era comprender el mundo que estaban viviendo y su forma de reaccionar ante él. Dependiendo del nivel educativo y de la materia enseñada, a partir de la pandemia es posible hacer cálculos matemáticos con sentido, leer (noticias, ciencia, pero también literatura) y escribir (las propias emociones, hacer un diario de la vida confinada), usar gráficos y representaciones visuales, aprender historia (¿qué semejanzas y diferencias hay entre esta pandemia y la mal llamada “gripe española” de hace un siglo?), aprender ciencias (¿qué es un virus?, ¿cómo funciona una vacuna?), etc., etc. Por supuesto, dado el carácter repentino del incidente crítico de la pandemia, hacer esa reconversión curricular era muy difícil y no se le puede exigir a ningún profesor, aunque sin duda hubo experiencias maravillosas en este sentido, pero tal vez el sistema educativo en su conjunto hubiera debido tener más capacidad de reacción.

En todo caso, lo que quiero plantear es esta situación como un ejemplo de lo que es esencial para los estudiantes: tener las competencias para dar sentido al mundo en el que viven estudiando los problemas que les aquejan. Por fortuna pasará la pandemia, pero seguirá habiendo preguntas y problemas que motivan, que mueven a los estudiantes y desde los que podemos ayudarles a adquirir las competencias que necesitarán para seguir aprendiendo, para gestionar la información y convertirla en conocimiento, sabiendo usarla para dar respuesta a sus preguntas y para generar nuevas preguntas inimaginadas por ellos, pero también para relacionarse mejor con los demás, sobre todo con quienes son diferentes, y también para relacionarse mejor consigo mismos, sabiendo gestionar sus emociones y su propia identidad (Monereo y Pozo, 2007) 

No se trata por supuesto de eliminar los contenidos, pero sí de entender que no son el fin o la meta de la educación, sino solo un medio necesario para formar lo que Claxton y Lucas (2015) llaman el carácter de los estudiantes, que podemos vincular a las competencias mencionadas. Hay muchas vías para llegar a esa meta tan ambiciosa que es formar personas mejores y más competentes a través del conocimiento. Necesitamos por tanto diversificar y flexibilizar el currículo para que todos los alumnos lleguen a esas mismas competencias básicas por caminos diferentes. Necesitamos también, en lo posible, adoptar enfoques más globales, integrar saberes, superando la fragmentación del currículo en materias y contenidos que, paradójicamente, sobre todo a partir de Educación Secundaria, sólo los estudiantes deben conocer al completo, porque cada uno de sus profesores sólo conoce los contenidos de su materia, que es en lo que han sido formados, una vez más, de forma obsesiva. Desde luego, y a modo de resumen,  sin contenidos no podemos lograr la educación que queremos, pero sólo con ellos tampoco. 

 

Claxton, G., Lucas, B. (2015). Educating Ruby: What our children really need to learn. Crown House Publishing

Coll, C. y Martín, E. (2006). La prevalencia del debate curricular. Aprendizajes básicos, competencias y estándares. PRELAC, 3, 6-27. 

Monereo, C y Pozo, J. I. (2007). Competencias básicas. Cuadernos de pedagogía, 370, 10-18.

Pozo, J.I. (2016). Aprender en tiempos revueltos. La nueva ciencia del aprendizaje.  Madrid: Alianza.

Pozo, J.I. (2020). ¡La educación está desnuda! Lo que deberíamos aprender de la escuela confinada. Madrid: SM

Juan Ignacio Pozo

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